Sobre el despido silencioso, las malas prácticas y la ética empresarial

Hace ya muchos años, cuando recién me iniciaba en el mundo de los Recursos Humanos y la Gestión del Talento, un alto directivo me dijo que el trabajo de un responsable de personas consistía básicamente en "decir que no" 9 de cada 10 veces.

Sobre el despido silencioso, las malas prácticas y la ética empresarial
Photo by Austin Distel / Unsplash

Hace ya muchos años, cuando recién me iniciaba en el mundo de los Recursos Humanos y la Gestión del Talento, un alto directivo me dijo que el trabajo de un responsable de personas consistía básicamente en "decir que no" 9 de cada 10 veces. Debo reconocer que aquellas palabras resonaron largamente en mi cabeza y, durante mucho tiempo, me dediqué a observar y a recoger las evidencias necesarias que pudieran confirmar o desmentir semejante afirmación. Mucho ha llovido ya desde entonces...

La responsabilidad de un director de Recursos Humanos colisiona, muy a menudo, con su necesidad humana de aprobación, sus estados afectivos o su propia subjetividad. A veces, el margen para permitirse la más mínima vacilación es tan escaso que la aplicación de la normativa representa una tabla de salvación en medio de la marea de los días: la reglamentación no entiende, la mayor parte de las veces, de sensibilidades, gradaciones emocionales o contextuales. "Muerto el perro, se acabo la rabia", que diría el siempre sempiterno y sabio refranero español.

Desde esta perspectiva, no es difícil percatarse de la dificultad añadida que supone un desempeño acertado en la toma de decisiones de cualquier responsable de talento y personas. De ahí que de su estricto sentido ético y de su flexibilidad, se desprenda una de sus mayores virtudes para comprender mejor la era líquida que nos ha tocado en suerte vivir. Cada vez, se hace más necesaria la presencia de líderes más justos, humanamente pedestres y autoconscientes emocionalmente. Vigías incansables de las micro-prácticas que tienen lugar en todos los rincones de la organización. Especialmente de aquellas que puedan atentar contra su imagen pública o social: contra su frágil equilibrio climático o su misma sostenibilidad.

Por este motivo, no dejan de resultar sorprendentes algunos datos como los aparecidos recientemente en el Informe sobre Intención de Cambio de Infojobs (2023). En éste se afirma que el 57% de los trabajadores españoles ha sufrido alguna situación de "quiet firing" en los últimos tres años. Es decir, de manera proactiva desde numerosas organizaciones se han puesto en marcha medidas intencionales dirigidas a obtener la renuncia voluntaria de algunos de sus profesionales. Bien incrementando sin justificación alguna su carga de trabajo (25%), mediante un estancamiento en su desarrollo profesional (24%), omitiendo el reconocimiento positivo merecido ante la consecución de objetivos (20%) o a través de la congelación del salario (16% hombres y 11% mujeres).

Quizá todo ello sea una buena excusa para reflexionar, hoy más que nunca, acerca del modus operandi, los códigos éticos o la salud emocional de nuestras organizaciones. En el contexto actual, el cortoplacismo puede desembocar en una conducta errática que supedita el bien común y la virtud empresarial a un nihilismo de escaso recorrido en el que el mejor talento migra hacia horizontes laborales más prósperos. El verdadero coste que todo ello supone a las compañías, en cuanto a fidelización y atracción de talento, es mucho mayor de lo que se percibe a simple vista. Se hiere de muerte la columna vertebral que sostiene el verdadero tejido productivo, mientras se ondea la estéril enseña post-punk del "no hay esperanza, hagas lo que hagas. En todas partes cuecen habas".

Este es el momento en el que se necesita, incondicionalmente, a esos directivos que sepan decir que no cuando una determinada situación excepcional lo requiere. O quizá no sea tan excepcional, al final de todo. ¡No a las malas prácticas! Sí a una ética sólida, estructural y bien definida que impregne el espíritu de las organizaciones positivas del siglo XXI.

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